lunes, 21 de mayo de 2007

Soñé con Miedo

I-
Estando plácidamente recostados organizábamos el siguiente día. Claramente decías que podías estar libre por ahí de las 12am. Para facilitar la logística de nuestro encuentro me pedías tomar el Sanborn´s de la Plaza Coyoacan como punto de reunión, a ti te facilitaba ya que tu plan era estar por la zona y la plaza no queda lejos de nuestro departamento, en donde, yo estaría esperando la hora de salir por ti.
El trayecto de nuestra casa al punto de encuentro es corto, incluso caminando, así que tome esta última opción y aún así llegue, tal vez, media hora antes. Te esperaba ya de forma impaciente, como no he podido dejar de ser. No había necesidad de llegar con tanta prudencia, pude haber estado ahí en punto, incluso unos minutos después, pero la ansiedad de encontrarte no me permitió pensar en otra cosa durante la mañana. Ese día giraba en torno a ese encuentro.

Me puse a leer cuanta revista pude, sin dejar de observar la hora al menos cada diez minutos, que trataba de calcular dependiendo de la cantidad de párrafos leídos y fotografías vistas. Consideré que había ya abierto demasiadas revistas y mis pies empezaban a cansarse cuando al cabo de media hora, después de la cita, aún no estabas ahí.
No quise presionarte por el teléfono, me pareció que en cualquier momento estarías por llegar. Mi siguiente parada fueron los discos compactos de la muy limitada sección de la tienda. A diferencia de las revistas no me gusta revisar títulos y portadas de discos sólo para perder tiempo. Considerándome un verdadero coleccionista, cuando estoy en una tienda discos es básicamente para comprar, no para ver si compro algo; y en ese sentido el aburrimiento en los estantes de malos y escasos títulos llegó muy pronto.
Así que en menos de quince minutos me encontraba paseando frente a la vitrina de diversos artículos para caballero. Me tope con una guayabera de lino que tenían en promoción con un porcentaje de descuento muy atractivo; recordé que en alguna ocasión, que entramos a otra tienda de la misma cadena, dijiste que era preferible realizar la compra de esa prenda en una tienda especializada de ropa. Preferí entonces no comprarla, aunque de verdad no tenia mala pinta y el precio era sumamente atractivo; de todos modos, a tu llegada, podría preguntar tu opinión aunque ya supiera de antemano, el consejo que repetirías.
Después de darle varías vueltas y revisar de forma casi exagerada cada una de las piezas me dirigí a la vitrina de relojes. Aunque tratan de tener varios modelos, las marcas son de nivel medio, trate de encontrar, mas por ociosidad que curiosidad, el Longines que me regalaste en Navidad. Tenían otras versiones más económicas del “Grande Classique”, pero no el mío; después trate de encontrar el Lungomare, que deseaba como regalo de cumpleaños pero tampoco lo tenían. Considere que esta era la marca de mayor renombre que podría encontrar en la tienda así que de forma casi despectiva revise el resto de los relojes.

Revisé una vez más la hora y me pareció prudente marcarte, seleccioné tu nombre en la agenda del celular y al final me arrepentí. Confié en que llegarías pronto.

Me acerque a la parte de la vitrina que exhibe pipas y diversos artículos de fumadores. Sin éxito alguno busque una de las piezas “Porche” que algún amigo del “Círculo” había comprado en una de estas tiendas. Evidentemente no iba a encontrar ahí una Porche y evidentemente, de encontrarla, no iba a gastar más dos mil pesos en una pipa en ese momento. Miré cada pieza por encima del cristal, me sorprendió un poco encontrar esas pipas de plástico chinas que tanto comentario causaron en algún momento entre los fumadores de pipa. El resto de las pipas eran las que produce la única casa mexicana: “Norma de México”, de inmediato vino a mi mente la imagen de aquel señor de una muy avanzada edad, que nos acompaño en una de las competencias de “Fumada Lenta”, el solitario y único dueño de dicha fábrica.

La desesperación inicio su efecto en mí y de forma rápida di un vistazo a los puros y a los tabacos. Me agache al estante de estos últimos y me reí de los “Apple”, del “Prince Albert” y de las otras marcas contenidas en botes de mermelada a granel. Ni en mis tiempos de principiante inicie con esas “dulcerías”. Una vez recibí uno de regalo y al abrirlo me pareció haber descubierto por fin, el origen del penetrante aroma a desodorante de taxi; con el perdón de la chica, que de buena intención me hizo el obsequió, el tabaco se fue directo a la basura; vamos, ni la más endeble de las plantas lo merecía de abono.

II-
En un estado de cuestionamiento casi absoluto, sobre la razón del porque no estabas ya ahí, me salí de la tienda esperando verte dentro del auto. Me traté de vender el hecho que, seguramente, yo había entendido mal el acuerdo y que este no había sido “dentro” de la tienda, sino sobre la avenida. Di algunas vueltas de más por fuera y sin verte regresé al interior, ahora si estaba seguro que el punto de reunión era ahí y no en la calle o en las puertas de entrada. Me asome al restaurante, me pase de largo a los capitanes, y sin necesidad de fingir el sentimiento de desesperación me acerque a las mesas.

Salí del lugar sin encontrarte, con una derrota más a cuestas y sin dejar de mirar el reloj. Miré de nueva cuenta la hora para asegurarme que realmente había leído bien, verifique que estuviera marcando correctamente, que no se hubiera adelantado. Mi desesperación se convirtió en angustia, que me tomó enteramente como presa. En un acto de defensa trate de imaginar que algo debía estar mal con el tiempo. Con movimientos rápidos y bruscos saque el teléfono celular de mi bolsillo y realice un segundo chequeo a la hora, únicamente para estar completamente seguro.

No podían haber pasado ya algo más de dos horas, no podías haberme dejado ahí. De cualquier persona, menos de ti, hubiera esperado una falta de mínima atención y llamarme, al menos, para dar una excusa.

Sin saber siquiera hacia donde mirar, tratando de mirar hacia todos lados con el fin de encontrar tu presencia; fue que finalmente decidí llamarte. ¿Porque había tal diferencia en realizar esa llamada? ¿Que razón había de experimentar esa incomodidad en el simple hecho de marcarte, como si no quisiera causarte una molestia?

III-
Sin embargo la angustia era mayor, también tenía algo de preocupación y enojo, aunque ninguno de estos sentimientos encontraba por si mismo su lugar, tampoco su intensidad. Atendiste el teléfono con una tranquilidad insultante, contestaste con el “¿Como estas?” de siempre; con tu característico tono que en cualquier otro momento me hubiera parecido tan divertido como otras veces. En este caso especial, tu pregunta inicial tenía una indiferencia que sentí como una bofetada sin aviso.
Tu pregunta encendió mi ánimo y sobrepuse mi enojo a cualquier otro sentimiento que pudiera estar experimentando el segundo antes justo de escuchar tu voz. Mi mente se quedo en blanco por unos segundos, sin entender del todo como preguntabas eso después de estarme haciendo esperar por más de dos horas.
Trate de encontrar calma, conté los diez segundos que el instructor de “Inteligencia Emocional” nos recomendó en el último curso,
-es importante- decía: porque ese tiempo es necesario para que el Tálamo no haga de las “suyas” con nuestras emociones y le permita a la corteza cerebral controlar nuestra emoción primaria.

Con un tono más bien fingido te pregunte la razón por la cual no estabas ahí.
No me interesó en lo absoluto tu respuesta, ni siquiera puedo recordarla, ni siquiera la escuche.
El hecho tácito es que no estabas en el lugar en donde debías estar.
Tampoco me interesó recordar la razón por la cual no habías podido estar desde la mañana de ese día conmigo. ¿Porque habíamos tenido que encontrarnos en ese lugar si bien pudimos estar juntos desde la primera hora del día? Me percate que durante todo ese tiempo había estado realizando una forma de bloqueo a mi memoria.

En esos escasos instantes lo primero que me vino a la mente fue el acuerdo que habíamos realizado ya tiempo atrás. Que a pesar de cualquier cosa, de cualquier excusa, tú seguirías durmiendo en casa.
Tu regresas cada noche a nuestra cama, “pase lo que pase”. -Recuerdo haberte dicho.
Yo por mi parte, accedería a aceptar, lejos de la comprensión y el entendimiento, que tú deseabas satisfacer necesidades que mi condición no te permitían lograr.

Yo por mi parte, aceptaba en compartirte antes de perderte.

Me vino a la mente también el acuerdo de aquella dolorosa noche que con un liviano éxito había tratado de borrar en mi memoria. Me vino al cuerpo el dolor muscular que tiene su origen en la contracción del estomago. Ese dolor único que causa el miedo. El miedo de saberte lejos de mí para siempre, de saberte en los brazos, en la cama, de alguien más. El miedo de tu inminente partida, a menos de aceptar tus nuevas condiciones.
Aquella noche entre tanto llanto, recuerdo haberte agradecido tu sinceridad, al menos no habías hecho nada de lo que estabas por iniciar. De forma muy determinante comunicaste tu decisión de comenzar una relación con alguien más, era obvio que mi opinión en el tema era irrelevante, lo harías a pesar de mí, de nuestros “años” y “logros” juntos, de nuestro compromiso.
Al ver mi inmediata y frustrante reacción propusiste no irte de la casa, con la condición de aceptar tu nueva relación y de permitirte la libertad necesaria, para utilizar parte de nuestro escaso tiempo, a la atención de la nueva empresa que te proponías.

IV-
Según tu descripción del susodicho, que yo mismo pedí de una necia forma, este era un tipo de una edad más avanzada que la mía, al menos en unos veinte años. Mismos años que le procuraban un éxito económico y en los negocios, el cual yo apenas estaba tratando de encontrar. Decías que no tenías mucho tiempo más para esperarme, recurriste por una vez más, al mismo viejo y siempre ácido tema, entre nosotros; de que debías velar por tu seguridad. Me tratabas de convencer también, recordándome lo que te escribí en alguna ocasión, sobre la escala de prioridades en mi vida, y el segundo plano en el que tu misma has decidido colocarte. Utilizaste aquella noche, todos y cada uno de los temas que pudieran menguar la estructura de la confianza de nuestra relación. Temas que hemos pasado discutiendo largas horas desde los primeros días de nuestras vidas juntos.
Mientras un resumen de tales hechos convergía en mi mente, mi refrescante e imprudente memoria recordaba la causa de tu ausencia matutina. Saldrías de paseo con él. El hecho de estar conmigo al medio día era más un “favor”, que uno de esos compromisos que se cumple con el deseo de obtener la felicidad propia a través de la del ser amado. Yo estaba en la esquina más alejada y endeble de ese triángulo. Yo estaba ahí porque así lo quería.
Pregunté de forma insistente la razón de tu tardanza, pregunte directamente si en vez de un paseo por cualquier lugar, el paseo había sido por tu piel, por su sexo. Sabiendo la consecuencia de la veracidad de esa respuesta no repare en preguntar.

Tu contestación fue clara y llana:

“Si ya lo sabes” -dijiste.

La plática telefónica se torno en un llanto que se traslado a mi almohada, que se convirtió en un grito de desesperanza a la madrugada, que me pego una patada en la misma boca del estómago.

Por suerte, estabas ahí, a mi lado. Para despertarme.

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