martes, 29 de mayo de 2007

Pelotitas en la frente

Nuestra sociedad tiene la bondad de otorgar cierta facilidad para pertenecer por momentos a una clase de posibilidades económicas y abolengo superior con el simple hecho de portar un buen disfraz. Existen en la ciudad varios mercadillos ambulantes en los que la mayor parte de los disfraces -de forma contraria- son utilizados por las clases altas, las pudientes, para ellos es la oportunidad de acceder al mundo –por ejemplo- de la “piratería” de cualquier tipo. Es común encontrar a señoras surtiéndose de películas, discos compactos y hasta libros, todos ellos copias "piratas", pero pagando desde una cartera Louis Vuitton comprada en la exclusiva tienda de Mazarik, a unos cuantos pasos del puesto en el que compran e incluso reclaman, si la película no se alcanza a ver bien.
Poniendo cierta atención al ciento de caras, se pueden encontrar en la “vuelta” diversos personajes de las altas esferas de la sociedad citadina.


De estos personajes que me llegue a encontrar en uno de estos tianguis, cargando sus bolsitas de fruta como cualquier hijo de vecina, fue a un “patriarca” de una las familias más acomodadas de México.

En alguna época de mi vida, participe en un proyecto de consultoría para aumentar la productividad a una de las empresas que este heredó de su padre. Nunca he dejado de pensar que este negocio hubiera tenido un final mucho más honroso de haber permitido más ayuda de nuestra parte, finalmente fue vendido a un grupo de empresarios de Monterrey que de inmediato cambiaron el nombre de tantos años, así como la estructura arcaica con la que provocaron el inminente declive.
Los hermanos socios y ex-dueños de la empresa no terminaron de comprender que en su negocio ya no cabía la administración familiar. El susodicho era percibido como un patriarca imponente del que había que respetar cualquier decisión, se ayudaba de una estatura de casi 1.90 metros, de su edad avanzada y de su expresión siempre seria, de pose. Nunca estuvo de acuerdo en recibir ayuda externa, y seguía teniendo arranques en los que se exaltaba, gritaba, aventaba cosas para demostrar una autoridad ganada únicamente por tradición. En alguna ocasión, dentro de estas juntas en las que reuníamos a todos los directores para revisar indicadores de productividad y hacer que comprendieran algo más sobre la relación del costo y el ingreso; se asomo el “gran Jefe”. Con un desdeño y genial sarcasmo le pregunto a uno de los más prominentes directores del grupo cual era el significado de las gráficas que en ese momento estábamos proyectando.
El grupo directivo estaba igual conformado por administradores de la vieja guardia, todos ellos parecían un grupo de legisladores antes que directores, vivían cómodamente en un círculo de confort de altos beneficios que les procuraba la compañía, asistían a un club de golf, les pagaban casa en zonas residenciales, manejaban autos lujosos otorgados por la misma empresa, estaban inscritos en diplomados en el IPADE, etc. Por lo que hacían, no podrían estar mejor en ningún otro lado.
Evidentemente, nuestro ilustre director cuestionado no supo contestar una sola palabra coherente, primero por la falta de entendimiento de estos sistemas de administración, que simplemente no se ajustaban a su antiguo estilo de vida en el mundo del mínimo esfuerzo, de los resultados por garrote, de la nula competencia; después por su falta de atención a la exposición, por su fata de atención a la junta misma -de la cual habián tomado una buena parte en platicar las aventuras de su viaje en grupo al recien terminado mundial de futbol en Francia-; pero por sobre cualquier cosa, por el simple impacto sorpresivo que le había causado la pregunta del dueño de la compañía.
Se hizo un silencio profundo, cualquiera de los directores restantes estaban experimentando el tipo de nerviosismo que provoca sudoraciones frías, ahí estaban los “pesos pesados” de la organización (en el organigrama y en peso físico), estos eran dos tipos de más de 100 kilos que solían cargar con un puro en la boca a cualquier hora del día, incluso ellos, trataban de esconder la mirada para así evitar ser cuestionados. El dueño y presidente inicio su tanda de manotazos y gritos al mismo tiempo que entraba a la sala de juntas, preguntaba con un altísimo tono de voz: -“Quien!? Quien me va a explicar que son todas esas tonterías en la pared!?!
En un acto que yo sigo calificando de heroísmo del Gerente del Proyecto, mi jefe y amigo, tomó la palabra y dio una brevísima pero bien entendida explicación del significado de uno de los indicadores de productividad. Repito que este heroico acto porque, reviro el centro de atención a una persona que no estaba dentro de su control y porque por supuesto, sirvió aún más para enaltecer el "genio" del dueño, quien replicó aumentando el tono de voz contra su grupo de directores, cuestionándoles en cómo podía ser posible que una compañía externa, pretendiera saber más del funcionamiento del negocio -que orgullosamente su abuelo había fundado- que ellos mismos, que manejaban las riendas de la empresa más valorada y querida del grupo.
Al salir de la sala de juntas, todo mundo dio un profundo respiro rezando por seguir “vivos” dentro de la organización, y dando parte de esa súplica al deseo que no retornara a realizar más preguntas. Sólo algunos de ellos manifestaron una pequeña risa, un tanto provocada por ese nerviosismo que por fin se aleja del cuerpo y un tanto por el reflejo de la inmensa falta de respeto hacia la autoridad, carente de inteligencia y habilidad, del presidente de esta empresa que daba de comer a cientos de empleados a lo largo de la república.

En aquella ocasión, recordé a su hermano menor, de menor estatura y de un aspecto mucho más relajado y bonachón. A diferencia del mayor, este era querido, que no respetado, por un carácter mucho más humanista. Claro, en comparación al ogro de su hermano, cualquier acto que mostrara incluso una sonrisa podría calificarse de bondadoso. Este ocupaba el flamante cargo de Director General aunque nunca se le notaba del todo a gusto con dicha posición, al contrario, daba la impresión de estar ahí medio a fuerza. Se decía de él que contaba con una personalidad vertida hacia las artes, se hablaba, en el clásico chisme de la comida sobre su altruismo para organismos difusores de la plástica y música mexicana. Poseía una revista que publicaba temas relacionados, igual que una extensa colección que según cuentan era de las más grandes y valiosas del país. También dirigía una “fundación”. De este último dato, si estoy seguro que no se queda en el chismorreo común, yo mismo asistí a un concierto en Catedral, otorgado por el magnifico flautista mexicano Horacio Franco, ya hace un par de años, y lo encontré ahí como parte del grupo de personas que otorgaban apoyos económicos al quehacer cultural de diversos exponentes nacionales.

Así que con estos dos al frente, la empresa difícilmente podría encontrar un camino que no fuera diferente a la triste muerte que tuvo. Debido a otras actividades que le exigían tiempo al director, las cuales cabe decir también fracasaron, el hermano presidente se hizo cargo de la compañía únicamente para quitarle la última toma de aliento.
En un acto que hubiera podido representar una última estrategia salvadora, el director saliente intentó dejar un último esfuerzo, algo inoportuno, al reestructurar su grupo directivo. El primero en salir fue el director nacional de operaciones, un personaje que utilizaba siempre unos lentes de cristal color ámbar, se decía que nunca se los quitaba porque siempre traía los ojos rojos, debido a su alcoholismo. Ahí me entere que el Vodka no deja rastro oloroso, como no me gusta el Vodka no lo he podido comprobar.
La compañía tenía un tipo en un cargo de suma importancia, que en estado de permanente ebriedad tomaba decisiones de impacto en los costos de operación de la empresa, o en el mejor de los casos, no tomaba ninguna. De esta posición dependían todos los jefes de “planta”, de todas las sucursales del país; a su cargo tenia también dos ingenieros, ambos de la “Universidad de Las Americas”, de los cuales mis compañeros y yo nos burlábamos constantemente, diciendo que tendrían que usar una pelota de goma amarrada a la frente, para evitar que se lastimarán por cada vez que chocasen uno contra otro, o incluso, contra la misma pared. Sin embargo, la realidad es que cualquiera de nosotros, que en aquel momento teníamos jornadas de trabajo simplemente bestiales, hubiéramos deseado estar en los zapatos de cualquiera de estos dos.
Este par de taradines ganaban al menos el doble de lo que ingresábamos mensualmente, aparte tenían un nada despreciable Chevrolet Cavalier que la compañía les otorgaba, los tipos vestían como si fueran banqueros y caminaban por los pasillos con una sonrisa pedante algo más cercana a la patanería. Nunca se les veía con una gota de sudor en la cara, con una expresión siquiera fingida, de urgencia. Supuestamente estaban contratados para diseñar la ingeniería de las plantas, pero ese estado tan verdaderamente jodido en que encontraba cada sucursal, la falta de cualquier tipo de controles y registros estadísticos del proceso, la urgente necesidad de aplicar medidas, no digamos extraordinarias, simplemente lógicas, y cambios con los cuales era evidente el logro de mejoras y la reducción casi inmediata de los costos; nos daba una clara idea que estos dos se la pasaban rascándose el pescuezo mutuamente mientras la compañía entraba en una agonizante etapa final.
En ese contexto que no otorgaba una proyección de éxito alguna fue que removieron a este estupendo trío de imbéciles de sus posiciones y pidieron ayuda personalizada a mi jefe, el Gerente del Proyecto protagonista de aquella y varias juntas más, que casualmente había acumulado más experiencia en nueve meses de proyecto que en toda la vida que tenían estos trabajando como empleados.
Este es un efecto muy común de la consultoría, el cumplimiento del proyecto obliga a aprender e involucrarte en la operación de cualquier compañía, en una dinámica mucho más ágil y rápida, la necesidad de demostrar resultados inmediatos limita enormemente el tiempo disponible de aprendizaje.

Cuando me encontraba desarrollando ya otro proyecto fue que recibí una llamada ofreciéndome un puesto dentro de aquella empresa que aún recordaba por haber conocido a varios buenos compañeros y a uno de mis más preciados amigos que a la fecha conservo. Del Gerente del Proyecto, quien en ese momento se encontraba recibiendo el puesto del Director de Operaciones, y con quien pase largas jornadas de trabajo así como diversas juergas, no tengo mucha información hoy día, teníamos buena amistad pero la distancia hizo que perdiéramos el contacto. Fue él mismo quien me llamó, diciendo con voz pausada: -“Ve preparándote, en unas semanas más te necesito por acá”. ¡El puesto que tendría era justamente el de los “ingenieros Dumb and Dumber” del director anterior!

Me hubiera encantado.
Semanas después lo que realmente paso fue que el hermano mayor, el presidente convertido ahora en director general, lo destituyo del puesto recién adquirido, restituyo al anterior director de operaciones, e instauró sus rígidas prácticas de administración.
Las mismas por las cuales, pocos meses después provocaron la venta de la compañía.

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