martes, 17 de abril de 2007

El Origen de las Deidades 1. El Miedo


¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!



Paralelamente a las grandes industrias del “credo”, un grupo de pensadores "disidentes" ha cuestionado de forma incansable y en diversas épocas hasta arriesgada, la existencia de seres divinos, extra terrenales, responsables de la creación del universo, de la tierra y del hombre mismo; ha cuestionado el supuesto proteccionismo de un “padre” hacia una humanidad representada como sus “hijos”. Desde distintos frentes, la mayoría de ellos dentro del siglo XX y a la fecha, desde distintas hipótesis, pensamientos y estilos, se han tratado de suponer y encontrar, en base a la lógica de pensamiento y al entendimiento mismo del comportamiento humano, las razones por la cuales nuestra especie se ha creado la necesidad de fe en una deidad, en un ser omnipotente superior a él.
Las consecuencias de diversos y modernos razonamientos, así como el avance de tecnologías, investigaciones y descubrimientos han puesto de nueva cuenta en boga la falsedad de diversos hechos y símbolos en los que el sistema de creencias ha arraigado sus bases. Hoy día existen creyentes pero opositores a cualquier sistema para ejercer la fe: la religión; existen creyentes y seguidores de la religión pero no de sus organismos, existen aquellos que creen, en la religión y en la industria misma, y existen aquellos que no sólo creen, sino que han creado su propia religión y organización.

El origen de las deidades es un ensayo que intenta resumir, más por establecer un orden de ideas personales, una serie de hechos históricos reales y de filosofías desarrolladas por importantes intelectuales, respecto a la explicación no espiritual de este fenómeno del comportamiento.

El creyente, al fin de cuentas, aunque acepte y asuma la importancia y veracidad de los argumentos no dejara de lado su fe, una fe que cuenta con un arraigo de miles de generaciones que le anteceden. Una fe, que a su muy particular manera, le permite llevar su cotidiana existencia, le permite soportar la levedad de su propio ser.


El origen de las deidades tiene un principio casi paralelo al origen de la existencia misma del ser humano, para establecer una línea divisoria habrá que mencionar lo que llamaremos como el “origen de la existencia”, este tiene su punto de partida en la aparición del comportamiento humano “moderno” hace unos 40-50mil años, en la cual los descubrimientos de asentamientos muestran algunas características claves.
Una de ellas es la evolución significativa de las herramientas hechas de distintos materiales (hueso, marfil, piedra) y clasificadas presumiblemente en usos especializados. Otras características relevantes se encuentran por ejemplo en las viviendas, las cuales ahora cuentan con un diseño y construcción avanzada; así mismo la alimentación tiene su base en la pesca y en la caza de animales de gran tamaño. Por otra parte hay evidencia de la expresión de ideas a través de muestras artísticas, las cuales son abundante y elaboradas.
Pero finalmente, y aquí el descubrimiento de mayor importancia para el tema en cuestión, son los entierros acompañados de ceremonias rituales y con una diversidad de bienes funerarios. He aquí, en estas manifestaciones de respeto hacia la muerte y hacia el inicio de un viaje posterior a la vida terrenal en donde se manifiesta un hecho que seguramente algunos otros miles de años atrás origino la creencia en deidades.

La falta del entendimiento del entorno, de su hábitat, y las primeras etapas de adaptación de una evolución que le permitió una comprensión avanzada de sus actos y consecuencias, respecto a otros primates, hizo del hombre un ser altamente potencial en el desarrollo, comunicación y control de emociones. El hombre moderno, el Homo Sapiens, cuenta con una corteza cerebral la mitad de grande que sus ancestros, por ejemplo el Australopithecus, sin embargo la estructura cerebral, en distintas dimensiones, guarda una gran similitud entre ambos, en esa estructura se encuentra el tálamo que funciona como un centro receptivo de sensaciones. La evolución de este órgano es de vital importancia porque fue de una utilidad extrema en la supervivencia del homínido y en la forma en cómo desarrolló el sentido de urgencia y la capacidad de reacción ante los peligros eminentes de su ambiente. Durante miles de años de evolución el tálamo sigue recibiendo la mayoría de las sensaciones a las que se confronta el humano, sin embargo, el desarrollo del cerebro hizo que este disminuyera su tamaño y se estableciera como un centro de mensajes de emociones que terminan siendo reguladas por la corteza.
Una de esas emociones reguladas es el miedo o el temor, dentro del cúmulo de emociones y conductas que caracterizan a la especie humana esta es una de las desarrolladas como respuesta a las sensaciones de amenaza o peligro. El miedo, en general se adquiere a partir de experiencias que causan dolor y una vez establecido es muy difícil de erradicar debido a que produce un comportamiento cási instintivo que tiene por objeto evitarlo o minimizarlo. En el caso del ser humano primitivo encontramos este comportamiento como una serie de reacciones administradas por el tálamo, el huir o escapar, por ejemplo de los depredadores de la época, de animales que lo superaban en fuerza, tamaño y habilidades motoras; o bien de los sucesos naturales, lluvias y cambios extremos de temperatura, sequías, falta de alimento, dificultad a la caza. Las pocas probabilidades de supervivencia personal hicieron del humano un ser de estructura temerosa, mismo temor que de origen le proporciono un medio para procurarse su existencia. Este medio se representa a través de un exitoso plan que lo ha llevado a dominar el planeta durante al menos los últimos 40,000 años, en este punto de la evolución, se coincide con la teoría del desarrollo de las capacidades motoras y físicas (manos, extremidades y postura) a partir del desarrollo del cerebro y la inteligencia.

El crecimiento del cerebro, origen de la necesidad de establecer estrategias de supervivencia logró que el hombre entendiera y se percatara de su existencia en el entorno, es decir, desarrolló una conciencia única de entre las otras especies. A la par de su evolución encontró explicación a la consecuencia de sus actos, sin embargo, las limitantes del desarrollo natural de esta lógica de pensamiento en combinación con las experiencias con las que estableció sus miedos, produjeron un comportamiento a encontrar explicaciones de aquellos fenómenos naturales que no entendía, el entendimiento de estos fenómenos (y habrá que acotar que logró este entendimiento durante muchos milenios posteriores) se extendían en principio a encontrar el porque de su falta de control, evidentemente tampoco entendía su origen, tampoco las consecuencia del grado del fenómeno, ni su periodicidad. Fuera de este punto, el ser humano podía prácticamente controlar todo su entorno. Era ya el incipiente líder de las especies que le rodeaban, sin ser mas fuerte, sin ser más hábil, sin ser más ágil, simplemente valiéndose de su cerebro en continúo desarrollo.

Ante la urgencia de encontrar una explicación, pero sobre todo un control a la serie de fenómenos imposibles de anticipar, el hombre estableció, en base a la lógica de su pensamiento, una respuesta que si bien no fue la correcta, si le encontró una aplicación inmediata e incluso, para el límite de sus conocimientos y entendimiento, efectiva:

La existencia de un ser superior a él, a todas las especies, que sin duda alguna, debía controlar cualquier evento que el mismo era incapaz de entender.

Y entonces el hombre se valió de su propia creación: una deidad, para ejercer control sobre los acontecimientos que nunca podrá controlar, encontró en sus dioses un catalizador a los problemas que le generaba una sequía –por ejemplo-, y se imagino y acepto como una realidad indiscutible que tendría que pedirle a ese superior que lloviera. Ante la falta de entendimiento y conocimientos lógicos pensó que si ese dios podía controlar los climas, los eventos naturales, también podría ayudarle en tener una buena caza o una buena pelea cuando entraba en conflicto con otros hombres. Pero por sobre todas las cosas, creó a un ser de tal magnitud de poder que acomodó a la perfección para eliminar el más grande de todos sus temores. La muerte.
El hombre “creció” tanto como sus deidades, una vez encontrado el camino cómodo que le facilitaría su cúmulo de preocupaciones, se negó a separarse de él. Desarrolló con inigualable inteligencia y creatividad una compleja red de “cosas” en que creer”; cosas, ideas, imágenes, incluso hombres mismos, que le dieron, y le continúan permitiendo evitar su realidad más profunda, el miedo a enfrentarse a la inmensa soledad de su existencia. El crecimiento de sus creencias superó al del hombre mismo, tardó mucho más tiempo en comprender la explicación de fenómenos naturales, antes de ello, tenía ya un muy elaborado sistema de credos, hizo de si mismo un especialista en la materia al grado en que sus creencias superaron el límite de la superstición. Dentro del desarrollo de sus sociedades cedió un lugar de extrema importancia a aquellos elegidos para traducir y transmitir el mensaje de sus deidades, determino las “formas” para “creer”, y las definió como un concepto mismo llamándole “fe”. Diseño un sistema de ritos, reglas y métodos para obtener el beneficio, la atención, la respuesta y la solución de sus peticiones a sus dioses. También determino que así como podía utilizar a sus dioses para generarse un bien, los podría utilizar para provocar un mal. Concluyó que el juicio de sus acciones tenía una doble identidad y que ese juicio carecía de un valor propio, hasta que él mismo dictará las razones para emitirlo; asumió bajo esta lógica, que entonces debían existir dioses que realizaran acciones que se ajustarán al sistema de valores de su sociedad, y de esta forma facilitar la creación de dualidades, del “bien” y del “mal” como definiciones de origen.

Encontró en toda esta y complicada forma de pensamiento una tranquilidad para eliminar las preocupaciones de su cotidianidad, se facilitó la vida misma esperando con una increíble seguridad el hecho de su muerte. Se sintió seguro al saberse protegido. Al saberse que una vez que su cuerpo fuera una materia inerte le esperaría una vida eterna espiritual.

El hombre tardo tanto tiempo más en encontrar una explicación a su existencia en el universo que cuando esta respuesta llegó prefirió, una vez más, evitar la realidad y simpleza de su protagonismo, el cual, siquiera existe.

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